LECCIONES DE LA PANDEMIA
La pandemia del COVID-19 que sufrimos desde hace casi un año, y que tan difícil resulta
erradicar, ha venido a mostrarnos lo vulnerable que es nuestra sociedad a pesar de los
grandes avances técnicos y científicos de los que alardea. Pero, sobre todo, ha puesto en
evidencia, en el terreno de la ética o moral, las carencias y vergüenzas del sistema de valores
sobre el que la sociedad se asienta.
Con independencia de cuál haya sido el origen de la epidemia y sus formas de transmisión,
conviene destacar que su difusión no hubiese sido tan rápida y masiva si nos hubiese encontrado
con un sistema sanitario más fortalecido y racional. Vamos a ver que la falta o deficiencia de
preparación tiene mucho que ver con el egoísta e insolidario carácter del sistema en el que
se basa nuestra civilización. En efecto, el sistema sanitario (al igual que el educativo, laboral y
otros) había venido sufriendo, y no sólo en nuestro país, durante más de una década recortes y
privatizaciones que le privaban de eficacia frente a emergencias como la que nos planteó la
pandemia.
Es necesario aclarar que si en esos sistemas sociales, la sanidad entre ellos, sufrieron esa merma
y degradación que les privaba de eficacia es porque la tenían. Y si en estos países del área
capitalista había unos servicios sociales fuertes es porque se construyeron en su momento. Es
necesario que veamos cuándo y porqué se fomentó ese tipo de sociedad a la que se llamó
Welfare State
o «Sociedad del Bienestar», y que se define como propuesta política o modelo
general del Estado y de la organización social, según la cual el Estado provee servicios en
cumplimiento de los derechos sociales a la totalidad de los habitantes de un país. Si no tenemos
en cuenta porqué se creó en el mundo desarrollado este tipo de sociedad y porqué se procedió
después a su demolición, no habremos entendido nada de lo que está ocurriendo y de las
lecciones que nos aporta la actual pandemia.
La Sociedad del Bienestar se creó y fue desarrollada durante la Guerra Fría. Se trataba de
desactivar el sujeto histórico de la Revolución. Había un bloque socialista con regímenes
comunistas que ponía énfasis en las conquistas sociales a favor de toda la población
igualitariamente. El capitalismo, para superar ese desafío debía convencer a la población, en
especial a las clases trabajadoras, de que no era necesario el socialismo para alcanzar esas altas
metas de bienestar social. El experimento dio resultado. Las clases bajas de la sociedad se
dejaron engañar. El comunismo no se expandió y además fracasó en los lugares donde se había
implantado ese tipo de regímenes. Tras la victoria del capitalismo ya no había necesidad de
mantener la farsa de la Sociedad del Bienestar. Desapareció el trabajo fijo para ser sustituido por
precariedad laboral y contratos basura. Vinieron los recortes en la sanidad, la enseñanza, la
privatización de empresas públicas… El capitalismo pudo permitirse el lujo de mostrar su
verdadero rostro, su verdadera naturaleza, que se basa en el egoísmo, la insolidaridad, la
persecución de provecho privado en perjuicio del interés general, el elitismo, el dominio de clase,
el sistema de privilegios, la desigualdad social, el desprecio a los débiles…
En el caso concreto de la sanidad, que es lo que nos ocupa ahora, el desmantelamiento del
sistema sanitario público se concretó en la privatización de hospitales y la merma de los
recursos de la sanidad pública, que implica merma de los servicios que ésta puede
proporcionar. Algunos de los servicios que aún presta la sanidad publica fueron y son
externalizados, es decir encargados o asignados a las entidades privadas cuyo crecimiento y
difusión se fomenta. Esta privatización de lo público significa que se deja la promoción y
prevención de la salud en manos de quien no tiene como prioridad básica la salud misma y el
servicio a la sociedad sino el lucro, el provecho económico. Este sistema castiga a los sectores